Thursday, December 11, 2014

LA CONCIENCIA

por Ana María Matute

       Ya  no podía más. Estaba convencida de que no podría resistir más tiempo la presencia de aquel odioso vagabundo. Estaba decidida a terminar. Acabar de una vez, por malo que fuera, antes que soportar su tiranía.
Llevaba cerca de quince días en aquella lucha. Lo que no comprendía era la tolerancia de Antonio para con aquel hombre. No: verdaderamente, era extraño.
El vagabundo pidió hospitalidad por una noche: la noche del Miércoles de ceniza, exactamente, cuando se batía el viento arrastrando un polvo negruzco, arremolinado, que azotaba los vidrios de las ventanas con un crujido reseco. Luego, el viento cesó. Llegó una calma extraña a la tierra, y ella pensó, mientras cerraba y ajustaba los postigos:
_No me gusta esta calma.
Efectivamente, no había echado aún el pasador de la puerta cuando llegó aquel hombre. Oyó su llamada sonando atrás, en la puertecilla de la cocina:
_Posadera ...
Mariana tuvo un sobresalto. El hombre, viejo y andrajoso, estaba allí, con el sombrero en la mano, en actitud de mendigar.
_Dios le ampare ... _ empezó a decir. Pero los ojillos del vagabundo le miraban de un modo extraño. De un modo que le cortó las palabras.
Muchos hombres como él pedían la gracia del techo, en las noches de invierno. Pero algo había en aquel hombre que la atemorizó sin motivo. El vagabundo empezó a recitar su cantinela: "Por una noche, que le dejaran dormir en la cuadra; un pedazo de pan y la cuadra: no pedía más. Se anunciaba la tormenta ... ".
En efecto, allá afuera, Mariana oyó el redoble de la lluvia contra los maderos de la puerta. Una lluvia sorda, gruesa; anuncio de la tormenta próxima.
_Estoy sola _ dijo Mariana secamente _. Quiero decir ... cuando mi marido está por los caminos no quiero gente desconocida en casa. Vete, y que Dios te ampare.
Pero el vagabundo se estaba quieto, mirándola. Lentamente, se puso su sombrero, y dijo:
_Soy un pobre viejo, posadera. Nunca hice mal a nadie. Pido bien poco: un pedazo de pan ...
En aquel momento las dos criadas, Marcelina y Sa­lomé, entraron corriendo. Venían de la huerta, con los delantales sobre la cabeza, gritando y riendo. Mariana sintió un raro alivio al verlas.
_Bueno _ dijo _. Está bien ... Pero sólo por esta noche. Que mañana cuando me levante no te encuentre aquí...
El viejo se inclinó, sonriendo, y dijo un extraño romance de gracias.    
Mariana subió la escalera y fue a acostarse. Duran­te la noche la tormenta azotó las ventanas de la alcoba y tuvo un mal dormir.
A la mañana siguiente, al bajar a la cocina, daban las ocho en el reloj de sobre la cómoda. Sólo entrar se quedó sorprendida e irritada. Sentado a la mesa, tran­quilo y reposado, el vagabundo desayunaba opíparamente: huevos fritos, un gran trozo de pan tierno, vino ... Mariana sintió un coletazo de ira, tal vez entremezclado de temor, y se encaró con Salomé, que, tranquilamente se afanaba en el hogar:
_jSalomé! _ dijo, y su voz le sonó áspera, dura_. ¿Quién te ordenó dar a este hombre ... y cómo no se ha marchado al alba?
Sus palabras se cortaban, se enredaban, por la rabia que la iba dominando. Salomé se quedó boquiabierta, con la espumadera en alto, que goteaba contra el suelo.
_Pero yo ... _ dijo _. Él me dijo ...
El vagabundo se había levantado y con lentitud se limpiaba los labios contra la manga.
_Señora _ dijo _, señora, usted no recuerda ... usted dijo anoche: "Que le den al pobre viejo una cama en el altillo, y que le den de comer cuanto pida". ¿No lo dijo anoche la señora posadera? Yo lo oía bien claro ... ¿O está arrepentida ahora?
Mariana quiso decir algo, pero de pronto se le había helado la voz. El viejo la miraba intensamente, con sus ojillos negros y penetrantes. Dio media vuelta, y desasosegada salió por la puerta de la cocina, hacia el huerto.
El día amaneció gris, pero la lluvia había cesado. Mariana se estremeció de frío. La hierba estaba empapada, y allá lejos la carretera se borraba en una neblina sutil. Oyó detrás de ella la voz del viejo, y sin querer, apretó las manos una contra otra.
_Quisiera hablarle algo, señora posadera... Algo sin importancia.
Mariana siguió inmóvil, mirando hacia la carretera.
 _Yo soy un viejo vagabundo ... pero a veces, los  vagabundos se enteran de las cosas. Sí: yo estaba  allíYo lo vi, señora posadera. Lo vi, con estos ojos
Mariana abrió la boca. Pero no pudo decir nada.
_¿Qué estás hablando ahí, perro? _ dijo _. ¡Te advierto que mi marido llegará con el carro a las diez, y no aguanta bromas de nadie!
_Ya lo sé, ya lo sé que no aguanta bromas de nadie! _dijo el vagabundo. Por eso , no querrá que sepa ... nada de lo queyo vi aquel día. ¿No es verdad? 
 Mariana se volvió rápidamente. La ira había desaparecido. Su corazón latía, confuso. "¿Qué dice? ¿Qué es lo que sabe ... ? ¿Qué es lo que vio?" Pero ató su lengua. Se limitó a mirarle, llena de odio y de miedo. El viejo sonreía con sus encías sucias y peladas.
_Me quedaré aquí un tiempo, buena posadera: sí, un tiempo, para reponer fuerzas, hasta que vuelva el sol . Porque ya soy viejo y tengo las piernas muy cansadas. Muy cansadas ...
Mariana echó a correr. El viento, fino, le daba en cara. Cuando llegó al borde del pozo se paró. El  corazón parecía salírsele del pecho.
Aquél fue el primer día. Luego, llegó Antonio con el carro. Antonio subía mercancías de Palomar, cada semana. Además de posaderos, tenían el único comercio ­de la aldea. Su casa, ancha y grande, rodeada por el  huerto, estaba a la entrada del pueblo. Vivían con desahogo y en el pueblo Antonio tenía fama de rico. “Fama de rico”, pensaba Mariana, desazonada. Desde llegada del odioso vagabundo, estaba pálida, desganada. “ Y si no lo fuera, ¿me habría casado con él, aca­so”. No, no  era difícil comprender por qué se había casado con aquel hombre brutal, que tenía catorce años más que ella. Un hombre hosco y temido solitario. Ella era guapa. Sí: todo el pueblo lo sabía y decía que era  guapa. También Constantino, que estaba enamorado de ella. Pero Constantino era un simple aparcero, como ella. Y ella estaba harta de pasar hambre, y trabajos, y tristezas. Sí; estaba harta. Por eso se casó con Antonio.
Mariana sentía un temblor extraño. Hacía quince días que el viejo entró en la posada. Dormía, comía  y se despiojaba descaradamente al sol, en los ratos en que  éste lucía, junto a la puerta del huerto. El primer día Antonio preguntó:
_¿ Y ése, que pinta ahí?
_Me dio lástima _ dijo ella, apretando entre los dedos los flecos de su chal_ . Es tan viejo ...  Y hace tan mal tiempo ...
Antonio no dijo nada. Le pareció que se iba hacia el viejo como para echarle de allí. Y ella corrió escaleras arriba. Tenía miedo. Sí: tenía mucho miedo ...”Si el  viejo vio a Constantino subir al castaño, bajo ventana. Si le vio saltar a la habitación, las noches que iba Antonio con el carro, de camino ... ". ¿Qué podía querer decir, si no, con aquello de lo vi todosí, lo vi con  estos ojos?"
        Ya no podía más. No: ya no podía más. El viejo no  se limitaba a vivir en la casa. Pedía dinero ya. Había empezado a pedir dinero, también. Y lo extraño es que Antonio no volvió a hablar de él. Se limitaba a ignorarle. Sólo que, de cuando en cuando, la miraba a ella.  María sentía la fijeza de sus ojos grandes, negros y lucientes, y temblaba.
Aquella tarde Antonio se marchaba a Palomar. Estaba  terminando de uncir los mulos al carro , y oía las voces del  mozo mezcladas a las de Salomé, que le ayudaba. Mariana sentía frío. "No puedo más. Ya no puedo más. Vivir así es imposible. Le diré que se marche, que se vaya. La vida no es vida con esta amenaza". Se sentía enferma. Enferma de miedo. Lo de Constantíno,  por su miedo,  había cesado. Ya no podía verlo. La sola idea  le hacía castañetear los dientes. Sabía que Antonio la  mataría. Estaba segura de que la mataría. Le conocía bien.
Cuando vio el carro perdiéndose por la carretera bajó a la cocina. El viejo dormitaba junto al fuego. Le contempló, y se dijo: "Si tuviera valor le mataría". Allí estaban las tenazas de hierro, a su alcance. Pero no lo haría. Sabía que no podía hacerlo. "Soy cobarde. Soy una gran cobarde y tengo amor a la vida". Esto la perdía: "Este amor a la vida ... ".
_Viejo _ exclamó. Aunque habló en voz queda, el vagabundo abrió uno de sus ojillos maliciosos. "No dormía"__, se dijo Mariana. "No dormía. Es un viejo zorro".
 _Ven conmigo _le dijo _. Te he de hablar.
El viejo la siguió hasta el pozo. Allí Mariana se volvió  a mirarle.
_Puedes hacer lo que quieras, perro. Puedes decirle todo a mi marido, si quieres. Pero tú te marchas. Te vas de  esta casa, en seguida ...
El viejo calló unos segundos. Luego, sonrió.
 _¿Cuándo vuelve el señor posadero?
Mariana estaba blanca. El viejo observó su rostro hermoso, sus ojeras. Había adelgazado.
_ Vete _ dijo Mariana _. Vete en seguida.
Estaba decidida. Sí: en sus ojos lo leía el vagabundo, Estaba decidida y desesperada. Él tenía experiencia  y conocía esos ojos. "Ya no hay nada que hacer", se dijo, con filosofía. "Ha terminado el buen tiempo. Acabaron las comidas sustanciosas, el colchón, el  abrigo. Adelante, viejo perro, adelante. Hay que seguir".
_Está bien _ dijo _. Me iré. Pero él sabrá todo.
 Mariana seguía en silencio. Quizás estaba aún más pálida. De pronto, el viejo tuvo un ligero temor:  “Esta es capaz de hacer algo gordo. Sí: es de esa gente que se cuelga de un árbol o cosa así”. Sintió piedad. Era joven, aún, y hermosa.
_Bueno _ dijo _. Ha ganado la señora posadera. Me voy ... ¿qué le vamos a hacer? La verdad nunca me hice demasiadas ilusiones ... Claro que pasé muy tiempo aquí. No olvidaré los guisos de Salomé ni el vinito del señor posadero ... No lo olvidaré. Me voy.
_Ahora mismo _ dijo ella, de prisa _. Ahora mismo, vete ... ¡Y ya puedes correr, si quiere alcanzarle a él! Ya puedes correr, con tus cuentos sucios, viejo perro ...
El vagabundo sonrió con dulzura. Recogió su cayado y  su zurrón. Iba a salir, pero, ya en la empalizada se volvió:
_Naturalmente, señora posadera, yo no vi nada. Vamos: ni siquiera sé si había algo que ver. Pero llevo  muchos años de camino, ¡tantos años de camino! Nadie hay en el mundo con la conciencia pura, ni siquiera  los niños. No: ni los niños siquiera, hermosa posadera Mira a un niño a los ojos, y dile: "¡Lo sé todo! Anda con cuidado ... ". Y el niño temblará. Temblará como tú, hermosa posadera.
Mariana sintió algo extraño, como un crujido, en el corazón. No sabía si era amargo, o lleno de una violenta alegría. No lo sabía. Movió los labios y fue a decir algo. Pero el viejo vagabundo cerró la puerta de la empalizada tras él, y se volvió a mirarla. Su risa era maligna, al decir:
_Un consejo, posadera: vigila a tu Antonio. Sí: el señor posadero también tiene motivos para permitir la holganza en su casa a los viejos pordioseros. ¡Motivos muy buenos, juraría yo, por el modo como me miró!
La niebla, por el camino, se espesaba, se hacía baja. Maraina le vio partir, hasta perderse en la lejanía.

Monday, February 24, 2014

¡Jaque mate!


Reglas del Ajedrez


Historia del Ajedrez

Existen muchas teorías sobre del origen del ajedrez y una de la más acertadas cree que este juego tiene sus inicios en la India, ya que hay escritos demás de 500 años antes de nuestra era en los que hay referencias al juego de chaturanga, juego que es considerado antecesor del ajedrez. Lo que si se puede afirmar es que fueron los árabes los que en el siglo VIII lo introdujeron en España. En América del Sur se juega desde que llegaron los primeros colonos europeos y ya en el siglo XVIII había en la ciudad de Buenos Aires, en el barrio de San Telmo un bar en donde se jugaban habitualmente muchas partidas. En el año 1924 catorce países se reunieron y crearon la Federación Internacional de Ajedrez (FIDE) y por el año 1927 Buenos Aires se convirtió en sede del campeonato mundial entre dos genios de este juego: José Raúl Capablanca y Alexander Alekhine.

Objetivo del juego

El ajedrez se juega entre 2 personas que mueven de forma alterna sus piezas sobre un tablero cuadrado de 8x8 escaques de colores blanco y negro. Al inicio del juego cada jugador cuenta con dieciséis piezas (1 rey, 1 dama, 2 alfiles, 2 caballos, 2 torres y ocho peones). El jugador que tenga las piezas blancas es el que inicia el juego.
El objetivo de cada jugador es colocar al rey del oponente "bajo ataque" de tal manera que el oponente no tenga jugada legal que evite la captura de su rey en la jugada siguiente. El jugador que logra este objetivo se dice que ha dado jaque mate al rey adversario y ha ganado el juego. El oponente cuyo rey ha recibido jaque mate ha perdido el juego. Si la posición es tal que ningún jugador tiene la posibilidad de dar jaque mate, el juego es tablas (empate).

Wednesday, February 5, 2014

Una carta a Dios

                Actividades de post-lectura 
                 Después de leer la historia.
1) Responde a las siguientes preguntas - Para discutir en clase:
a) ¿Cómo es Lencho? ¿Cómo es su personalidad y apariencia? ¿Cuáles son sus valores?
b) ¿Cómo es el jefe de la oficina de correos? ¿Por qué quiere ayudar a Lencho?
c) ¿Cómo es la familia de Lencho? ¿Quiénes son? ¿Cómo son? ¿Creen ellos en Dios?
d) ¿Cuál será la reacción de los empleados de la oficina de correos al leer la segunda carta de Lencho? ¿Qué van a hacer?
e) ¿Es cómico o triste el final del cuento? ¿Por qué?
f) ¿De qué otras maneras Lencho podría solucionar sus problemas?
2) Escribe un resumen de la historia con tus propias palabras.
3) En grupos hagan una dramatización (skit) de la historia. Graben la historia en video. Suban su historia en YouTube. El mejor video será publicado en la siguiente página: Videos.
3) En parejas, imaginen que ustedes son Dios. Escriban una carta a Lencho respondiéndole a su última carta de reclamo porque no llego todo el dinero. Publique la mejor carta en la siguiente página: La carta de Dios
4) ¿Cómo interpretas el final de la historia? En grupos de tres, escriban un final diferente para la historia. Publica tu final en la siguiente página:El final de la historia.
5) Inventa un diálogo entre (diálogos):
a) Los hijos de Lencho sobre el comportamiento raro de su padre,
b) Lencho y un empleado de la oficina un año más tarde,
c) Lencho y su esposa después de recibir sólo 60 pesos
Presenta tu diálogo en clase.
6) Con un compañero, re-escribe la historia desde la perspectiva de la esposa de Lencho o del jefe de la oficina de correos.